El mensaje central del cristianismo es el amor. Jesús nos enseñó a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Este amor no conoce fronteras, no discrimina por raza, género, orientación sexual, condición social o cualquier otra diferencia.
En el pasaje de Mateo 22, Jesús nos resume los dos grandes mandamientos: amar a Dios y amar al prójimo. El amor al prójimo implica la aceptación y el respeto hacia todas las personas, sin importar sus características o creencias.
La iglesia debe ser un lugar de inclusión, donde todos se sientan bienvenidos y amados. No podemos construir muros de división, sino puentes de unidad. Debemos derribar las barreras que nos separan y abrazarnos como hermanos y hermanas en Cristo.
El amor de Dios es universal e infinito. Él nos ama a todos por igual y nos invita a hacer lo mismo. Abramos las puertas de nuestras iglesias y corazones a todos, sin distinción alguna. Que la iglesia sea un reflejo del amor de Dios, un lugar donde todos puedan encontrar un hogar.